La oleada de altos directivos de grandes corporaciones que han abandonado su puesto este verano es un daño colateral de la recesión. HP, General Motors y BP han decidido despedir directivos que hasta ahora, parecían intocables.
En época de crisis económica, los consejeros delegados son los últimos en abandonar el barco, porque entre tanta incertidumbre, y a pesar de gestiones más o menos negligentes, lo último que quieren las empresas es añadir más caos planteando de forma precipitada la sucesión del primer ejecutivo con un despido o una dimisión forzada.
El alto precio del sexo y los gastos
Max Hurd lo tenía todo para seguir triunfando. El ex presidente de HP(Hewlett Packard) (Nueva York, 1957) era uno de los ejecutivos favoritos de Wall Street. La comunidad financiera bendecía que durante sus cinco años al frente de la compañía, HP haya pasado de facturar 80.000 millones de dólares (62.370 millones de euros) a 115.000 millones (en 2009), superando en ventas a IBM. Considerado como un trabajador incansable, obsesionado por la reducción de costes y defensor de exigir responsabilidades, despidió a 15.000 trabajadores, el 10% de la plantilla, al ser nombrado.
Además, durante la última recesión, rebajó los salarios a los empleados un 5%. Esta dureza levantó suspicacias en su propia casa y en el consejo. El órgano de gobierno ha despedido a Hurd, aunque por otra causa. El directivo, casado, fue acusado de acoso sexual por una ex contratista de HP, Jodie Fisher. La compañía inició una investigación interna, ya que su código ético impide esta relación para evitar conflictos de intereses. Hurd defendió su inocencia, extremo que confirmó la investigación de HP. El ejecutivo, sin embargo, llegó a un acuerdo con Fisher para evitar el juicio, algo que disgustó a HP. La compañía, además, descubrió que el directivo había cargado a la empresa gastos en los que incurrió para ocultar su relación. Para el consejo, a él también se le exigen responsabilidades y control de costes.
Una baja voluntaria que abre heridas
Ed Whitacre se marcha de Detroit sin que nadie se lo pidiera. El presidente de General Motors (Ennis, Texas, 1941) llegó a la cúpula de la compañía en junio de 2009, carente de experiencia en el sector y con el aval del Gobierno de EEUU.
La Casa Blanca, principal accionista de la compañía, consideraba que el ex presidente de ATT aportaría la mente fresca y la perspectiva de un externo a la industria del motor. Su cometido: que GM superara la mayor crisis de su historia, volviera a beneficios _y saliera a bolsa. Whitacre, que nunca quiso echar raíces en Detroit y que en cuanto podía volvía a su rancho de Texas, ha logrado dos de sus metas. Cuando la tercera ya estaba casi lista, tiró la toalla. El directivo, cuya gestión se caracterizó por su mano dura y por dar una mayor visibilidad a la compañía (con anuncios protagonizados por él mismo), anunció el pasado día 12 que se marcha en septiembre.
De rey 'verde' a demonio del petróleo
Llegó en 2007 a la cima de BP como el gran abanderado de la seguridad y de la energía verde, pero Tony Hayward (Berkshire, 1957) pasará a la historia como el consejero delegado más impopular en Estados Unidos, después de su mala gestión del vertido de petróleo en el Golfo de México, tras un accidente en una de las plataformas de la compañía.
En sólo tres años, Hayward ha pasado de ser un respetado hombre de negocios de la City a ser desterrado a una compañía petrolera en Rusia, aunque eso sí, con un colchón de 930.000 dólares (714.000 euros) anuales como pensión, además del sueldo que cobre por sus nuevas funciones.
Durante su gestión, potenció una imagen verde de BP, todos sus esfuerzos se vieron eclipsados este año tras el desastre en las costas de EEUU y sus repetidas meteduras de pata públicas, como cuando participó en una regata a bordo de un lujoso barco, mientras los pescadores afectados por el vertido no podían utilizar sus embarcaciones.
Estos ejecutivos estaban en los más alto y, en ocasiones, se encontraban aislados de la realidad. Sus puestos de trabajo y sus carreras profesionales parecían intocables. Esta confianza en sí mismos provocó que se creyeran a salvo de todo, aunque estuvieran vulnerando el código ético de su empresa (caso de HP) o disfrutando del lujo cuando sus empresas estaban en entredicho (la regata del consejero delegado de BP). Pero finalmente se vieron obligados a admitir que se deben a sus consejos de administración y a sus accionistas.
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